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“A DÓNDE TE HAS IDO JESÚS"

Por Oscar Santillán Mozqueda

–Tu abuelita viene a visitarme por las noches. ¿Sabes cómo me doy cuenta? Porque cuando se me va el sueño empiezo a sentirla junto a mí y de rato se mueve su mecedora. No vayas a creer, Chuy, que me estoy volviendo loco, pero ya van tres veces que me pasa lo mismo. La última vez hasta platiqué con ella, dice que está preocupada por ti y que desde el cielo te cuida.


El muchacho se quedó quieto, no dijo nada, sólo movía la cabeza afirmando lo que su abuelo Checo le decía. La noche no guardaba calma alguna. El aire, que para ese tiempo era frío, se metía por las rendijas de la ventana para calar en los huesos del abuelo y del nieto. Afuera se alcanzaba a escuchar la marcha de una camioneta Cheyenne blanca, la cual iba y venía por todo el pueblo. Chuy conocía ese ruido, es más, él se había subido varias veces a la troca.


–Mijo, usted no se vaya a meter con la maña. Ya ve lo que le pasó al Ramiro, el hijo del Flaco, por andar en malos pasos, su vida le duró poco. Dicen que los chavalos con los que se juntaba fueron los que lo mataron. Además usted sabe que su hermana Erandi lo necesita.


–No abuelo, usted sabe que yo soy bien tranquilo. A mí no me gusta andar en esos jales. Pero mejor vamos a dormirnos que mañana me paro temprano, no más vine a cuidarlo un rato y ya ve, hasta me quedé en su casa.


La casa del abuelo Checo era austera. Su fachada color naranja hacía juego con la puerta que estaba pintada de color blanco. Una sola ventana otorgaba visión hacia la calle. Era un cuarto pequeño el del abuelo. Una cama y una mecedora eran los muebles que lo adornaban.


Antes de que entrara en sueño, Chuy recibió un mensaje en su celular. “A las 5 de la mañana pasamos por ti, viejo”. Lo leyó y se le agolpó la culpa en el pecho. En el silencio alcanzó a escuchar la respiración rítmica de su abuelo.


El aire frío le sopló el rostro. El poco sueño que lo mantenía acurrucado entre las sábanas se le escapó. Despertó antes de que dieran las 4:30 de la madrugada. Se puso la ropa con cuidado y salió antes del primer cacareo.


***


–Pensé que no llegabas Chuy.


–Ya ve, yo cumplo Wero.


––Está bien, mijo. Mire el trabajo es fácil; yo le doy este celular y usted me avisa por mensaje si hay guachos que merodeen nuestra ruta.


––Ajá.


–Acuérdese de llamar ranas a los guachos, por si lo agarran, así no se dan cuenta los pendejos de que usted está con nosotros. ¿Le queda claro?


–Sí wero, ya entendí.


–Vamos pues, te vamos a llevar a la salida del pueblo.


Tres horas le bastaron para ganarse tres mil pesos. “Imagínate si les trabajara más tiempo”, pensó mientras caminaba hacia el mercado.


Lo primero que hizo fue comprar maíz para hacer pozole, y además compró un sombrero blanco, de ala corta, para que su viejo lo presumiera el domingo en la plaza. Estaba feliz y así llegó con su abuelo.


– ¿De dónde sacaste para comprar estas cosas?


–Mi apá me mandó dinero del gabacho y de ahí saqué. Ahora mejor póngase a coser el maíz porque ya me dio hambre, mientras voy por Erandi pa’ que comamos juntos.


***


El ataúd negro era cargado por familiares y vecinos del difunto. Tenía 19 años y lo quemaron vivo. Quienes cargaban el féretro rumbo a la iglesia soportaban el puro peso del ataúd, ya que lo poco que no alcanzó a ser ceniza se metió en la caja mortuoria. Chuy observaba a la distancia, parado en la puerta. Sabía que al chavalo aquel lo mataron porque andaba volado desde que se metió a la mafia. “A ellos no les conviene tener gente hocicona”, reflexionó.


En sus adentro pensó que él mismo podría ir en esa caja. Su abuelo veía por encima del hombro de su nieto y al tiempo que pasaba la procesión le dijo: “Ya ve, mijo, pronto se mueren los desesperados. Usted no se meta en bretes, porque aquí ni para caja tenemos”.


En la plaza todos murmuraban la muerte del joven. Unos sabían de sus malos pasos, otros lo sospechaban y así, entre la conjunción de los dichos, se creó una historia más sufrida, más elaborada.


–Primero le dieron de tablazos en las nalgas. Después lo amarraron a un árbol y cuando pensó que su castigo se había acabado, lo prendieron, eso le hicieron al vato.


–Cállate pinche vato chismoso, ¿tú qué sabes?


–Oh pues, aquí se llega a saber todo. Y mejor cuídate pinche Jesusito, porque no andas lejos de que a ti también te cargue la chingada.


–Tas pendejo.


***


–Mijo, hace tiempito que no viene tu abuela, ha de ser porque tú le estás echando ganas. Sabe bien que tú no andas en la loquera. Chuy escuchaba a su abuelo. Tenía miedo. No quería que hiciera corajes por él. Suficientes penas le había dejado su padre cuando se fue para el otro lado, como para que le diera más sufrimientos.


–Hay la vemos abuelito, ya me voy. Cuando terminó de despedirse salió con un bulto de pesares en la espalda.


***


Habían pasado los días y Chuy no lo visitaba. Su nieta Erandi le fue a platicar de su ausencia. “Nada se llevó, abuelo”. “Cálmate”, le dijo a su nieta, “seguro que se fue al Norte con tu padre. Ya nos llegarán noticias”.


Don Checo guardaba la ilusión de que su nieto estaba en camino a los Estados Unidos, era mejor pensar eso en lugar de imaginar que estaba muerto como los otros. Entre sueños lo veía junto a su padre piscando fresa. Todas las mañanas revisaba el buzón, tal vez mandaría una carta. “Sólo falta poquito tiempo”, rumiaba para sus adentros. “Un día de estos llega Erandi con dinero que ellos nos mandaron”.


***


Erandi, ayer vino tu abuelita. En serio, no te espantes. ¿Sabes cómo lo sé? Es que por las noches se mueve la mecedora y de ratito me empieza a decir muchas cosas. Pero ayer me dijo que está preocupada por ti. Hasta me confesó que cada que mira a Dios nuestro señor, allá en el paraíso, le pide que nada malo te pase.


De verdad, eso me dijo.

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